domingo, 9 de mayo de 2010

A mi madre


Monumento a la Madre en Algeciras



José Salguero Duarte
Jueves 6 de mayo 2010

http://salgueroduarte.artelista.com/





El domingo pasado 2 de mayo, se celebró el Día de la Madre. Y con unos días de retraso te dedico esta tribuna. Porque tienes más que merecido por mi parte este reconocimiento, al ser como el resto de las madres fuente de vidas y eje fundamental del universo. Y es por lo que no puedo cometer jamás la torpeza de dejar de saborear diariamente tus dones.

Y si pienso así de vosotras, es porque esas son las vibraciones que me transmitiste, desde que me engendrabas en las profundidades de tu alma. Porque eres manantial y cascadas, ríos y mares, versos y poemas, paz y armonía, agua de lluvia, luz en las tinieblas y, azahar de azahares hasta en las tenebrosidades de las catacumbas.

Mi madre es sencilla, modesta y defensora del bien. Y cuando la observo triste tiemblan mis altares, porque la llevo incrustada en la piel, saltándoseme las lágrimas cada vez que la recuerdo. Porque es enorme el tesoro que poseo, del que disfruto cuando cada día le doy un par de besos y le acaricio sus angelicales manos.

Siempre estuvo ahí protegiéndonos y educándonos, siendo el elixir vitamínico del bien, con el que me alimento diariamente, para afrontar los muchos avatares que se me presentan en esta sociedad opaca, perversa e hipócrita, carente de valores esenciales como es el respeto y el amor hacia los demás, especialmente a nuestros mayores.

Por lo tanto, a la noble belleza interior de los pasajes del transcurrir de tu aroma. Agradezco todo lo que hiciste por mis hermanos y por mí sin exigir nada a cambio, desde el primer momento que nos concebiste y hasta la fecha.

Estimado lector, es obvio que adoro por encima de cualquier cosa a mi madre, sintiéndome muy orgulloso de ella. Pero es justo recordar que tuve un padre en el más alto sentido de la palabra, que en paz descanse, del que aprendí las buenas costumbres.

Aunque, es evidente que el cordón umbilical, lo tuve siempre muy unido a mi madre. Y todo lo que soy en esta vida es gracia a su bondad, generosidad y nobleza. Por consiguiente, si fuese necesario daría mi vida para salvar la suya. Porque ella vale muchísimo más que lo que me quede de existencia en la tierra.

Mi madre escucha a la gente, pero en esta sociedad donde se trata erróneamente de hablar más alto que nadie. Hay que hacerlo como lo hace ella con una tonalidad adecuada, para llegar a los corazones de las demás personas. Por eso es querida, respetada y admirada por su prudencia y saber estar en cualquier momento y lugar.

Consecuentemente, siempre la adoraré y si usted lector siente por su madre lo mismo que yo por la mía, debe mimarla, quererla, cuidarla y protegerla. Y más si padeció épocas incívicas teniendo que trabajar de sol a sol, para que pudiéramos sobrevivir en la hambruna reinante en la guerra y posguerra.

Fueron tan perseverantes y constantes nuestras sufridas madres, que cuando finalizaba la jornada laboral, aunque estuvieran exhaustas al haber sido explotadas por el fascista cacique de turno. Desde su instinto materno condimentaban el poco alimento que hubiese, en esos modestos hogares construidos con barro, caña, hojalatas o tablas. Mientras ellos, los hombres, desahogaban sus penas y alegrías en tascas y tabernas.

Jamás llegaré a entender, cómo algunas madres son insultadas, vejadas, maltratadas e ignoradas por mentes deshumanizadas. Cuando deberían sus hijos deleitarse al desgranar los placeres armoniosos de las bondades, de esos seres tan especiales como son nuestras madres.

Porque, por mucha turbulencia que provoquen nuestras actuaciones, siempre nos entregan su fidelidad. Y es incomprensible, cómo en España que es una nación de naciones y regiones, que dícese ser demócrata y civilizada, sigan determinadas bestias, privándolas de la brisa y del aroma de su esencia e, incluso las asesinan vil y cobardemente, a pesar de que --como una madre no hay nada--.