viernes, 3 de septiembre de 2010

Setenta y cinco lunas, poemario de José Salguero Duarte




Autor: José Salguero Duarte
© José Salguero Duarte

Edita: José Salguero Duarte
Algeciras (Cádiz)
Andalucía /España/


© Prólogo: Andrés del Río Alcántara

Depósito legal: CA-658/06

ISBN-13: 978-84-611-2700-9
ISBN-10: 84-611-2700-5



Diseño, fotografías y maquetación: José Salguero Duarte


Todos los derechos reservados





Prólogo


Cuando el submarino nuclear Británico Tireless, atracaba en el puerto de Gibraltar, el 19 de mayo del año 2000, nunca pudo imaginar que su visita además de provocar una gran indignación y malestar entre los habitantes del Campo de Gibraltar, iba a servir para que yo pudiera encontrar, a unos de los personajes más singulares que he podido conocer.
Sí, fue al calor de las movilizaciones de protestas contra el submarino de su “graciosa majestad”. Y concretamente cuando conocí a Pepe Salguero, fue en la huelga de hambre, que un grupo de personas de la comarca, realizaron en los salones del Ayuntamiento de Algeciras.
Seis años después, tengo el enorme orgullo de prologar su libro Setenta y cinco lunas. Un poemario que no por casualidad se llama como se llama y, ni tampoco por casualidad sale publicado este año; año de la conmemoración del 75º Aniversario de la proclamación de la II Republica Española.
Salguero, hombre leal, luchador, reivindicativo, subversivo, polémico y libre, no podía dejar pasar esta fecha sin dejarnos estas perlas. Perlas que por su exclusividad no son blancas, sino negras. Negras del dolor y del sufrimiento, de aquellos que vieron truncadas sus ansias de progreso y de libertad en un oscuro día de mes de julio de 1936.
Al leer los versos de mi amigo Pepe, me ha corrido por todo el cuerpo, el estremecimiento del frío de los amaneceres rotos, por las cargas de los pelotones de fusilamientos, que cumplían sin ningún tipo de contemplación, las sentencias sumarísimas de aquellos Tribunales Militares de los sublevados.
Les recomiendo, que cuando abran las páginas de este libro y lean los poemas que en él encontraran, pónganse en la piel de aquellos agricultores sin tierra; en la de aquellos trabajadores de la mar; en la de aquellos maestros de la Institución Libre de Enseñanza y, si lo consiguen, podrán sentir la esperanza y ver la luz que para todos ellos significó, la llegada a España de la II República.
A nadie se le escapa, que sobre todos estos poemas planea la sombra de un gran amigo común de Pepe y mío, Juan Martínez Andujar. Juan, nos dejó este año y eso también habrá motivado en algún grado, la necesidad de Salguero de realizar éste su último homenaje.
Nosotros, los comunistas algecireños, tenemos una gran deuda con José Salguero Duarte, por el trato y comportamiento hacia nuestro camarada Juan. Y aprovecho esta oportunidad para de una forma pública agradecérselo, porque él llenó muchos espacios vacíos en la vida de Juan, ya que otros por miles motivos, no pudimos.
Gracias Pepe, por tu forma de ser. Gracias por tus poemas que nos recuerdan lo que otros quieren enterrar. Gracias por depositar en mí la tarea de prologar este magnifico libro. En fin, Pepe, sigue así y no cambies, porque hace falta en esta sociedad muchos Salguero Duarte, que golpeen permanentemente la conciencia dormida de muchos ciudadanos que como decía Unamuno en su obra Solitaña son “Caracoles humanos”.
Gracias, Salguero; gracias Tireless.

Andrés del Río Alcántara






Lágrimas del poeta, alegrías de penas.
Rocío de lunas frías, madrugadas en tinieblas.



José Salguero Duarte






Setenta y cinco lunas



Setenta y cinco lunas, nubes, miedos,
asesinos, chivatos y cómplices.

Pistoletazo de salida, dieciocho de julio;
y las armas implacables en la guerra.

Sienes malvadas, brotándoles el veredicto
en oscuras noches sin lumbres.

Exterminaron a desconocidos y a hermanos,
en tapias de cementerios, enmudeciendo los grillos.

Dieciocho de julio, gaviotas hambrientas,
en ese treinta y seis de fieras insaciables.

Gritos callados, familias rotas,
tiros en la nuca, fosas comunes.

Historia falseada, silencios mudos;
saqueos, pillajes y violaciones.

Cárceles tenebrosas de yugos y flechas,
sin caminos, sin mares y sin ríos.

Luto reinante en calles y plazas;
germinarán sus semillas,
y sus voces ya muertas.




No hay música



No hay música,
sin el compás del sonido.
Y, sin el sonido del compás,
que no marque las pautas,
y clone las partituras del tiempo,
haciendo sonar sus huesos,
con dedos mágicos sin acordes.

No hay música,
que se cruce en nuestra orfandad,
que no nos haga sentir
la nostalgia del pasado
y las emociones analíticas.

No hay música,
que no nos haga recordar el dolor,
al recorrer la distancia del pentagrama,
por raíles de ríos y de mares.

No hay música,
recogida en conciertos magistrales,
con notas blancas o negras,
que no ocupen el período vacío.

No hay música,
encarcelada en los ritmos,
que no altere lo grave y lo agudo,
de las pinceladas desérticas del recuerdo.

No hay música,
sin sonidos y sin acordes,
de historias a contratiempo.



Tal vez



Tal vez, será mejor, que con el paso del tiempo,
sus alicaídos ojos recobren la luz.
Y que la oscuridad del silencio de sus cabellos,
desgarre los siniestros laberintos de los pájaros.

Tal vez, será mejor, que sus cuerpos permanezcan,
con una señal, en la cúspide del paraíso.
Y que amanezcan a las claras del día,
cuando se pierdan en el ocaso de lo oscuro.

Tal vez, será mejor, que fluyan desde las tumbas,
las almas que sesgaron desnudas en el alba.
Señores de libertades rotas; campanas anheladas,
tricolor de esperanzas y mástiles huérfanos.



Entre la sombra



Agazapados detrás de las trincheras,
se encontraban sin hacer ruido entre la sombra;
hechos que perduran de forma indefinida,
y que serán desempolvados por la memoria.

Sumidos en lo sucesos del pasado,
recordando el aroma de sus bosques;
sin acentuar en las astillas de las llagas,
con palabras desbocadas en el limbo.

Sus miradas emitían conscientes sonidos,
por los sucesos mágicos que revelábamos.
Historia de moho y musgos,
construida con la libertad de la mar.



Sin tachaduras



En la oscuridad de mis noches,
y en lo claro de mis ideas.
Despliego la artillería de mis sentimientos,
ante un folio blanco y sin márgenes;
después de que su cautiva carne se deslizara,
cayendo a ladridos, los gemidos de mis dedos.
Habiéndose roto mis canas en la almohada,
al dejar su perfume quebrado al viento.

Silueta perdida en las primaveras de los años,
olfateando sus pechos a versos anónimos.
Reluciendo la agonía de mis deseos,
al anhelar que perdure entre mis brazos.



Tu nombre



Escribí en la tierra de tu tumba,
con el tallo de una rosa,
tu nombre con mi sangre,
y mis lágrimas derrumbándose.


¡Cuántos latidos noto!

¡Cuántas esperanzas truncadas!

¡Cuántos recuerdos abiertos!

¡Maldita madrugada de aquel verano!



Cenizas esparcidas



La levadura armamentista se excitaba en las ascuas,
enmudeciendo las cáscaras de los agrios tanques,
cuando prorrumpieron cañonazos asesinos,
sonando a funeral los ecos del piano.

No esparcieron mis impulsos sus cenizas,
cuando soldados alimentaban la barbarie,
con armas que impedían ver las heridas,
desde sus turbias mentes opacas.

Muriéndose ella de dolor,
al no querer marcharse con ansias de volver,
al quedarse para sanar mi tristeza,
por haber fijado sus arrasados ojos en el lecho,
hasta que los monaguillos de la iglesia se beban el cáliz.



Bahía de las bahías



Oh, delicada brisa, de olas de la Bahía.
Oh, hermosa flor, con tus raíces frescas.
Oh, torrenciales vientos, de estrechos y mares.
Oh, soledad despierta, con el llanto de sueños.
Oh, marinera viuda, de barcos de pesca.
Oh, alondra envenenada, por chimeneas y vertidos.
Oh, rinconcillo de palmeras, dunas y río.
Oh, agua viva, contaminada y enferma.
Oh, novia del sol, de lunas y sombras.
Oh, sultana, abandonada y triste.
Oh, perla desteñida, muda y ciega.
Oh, amarillo, rojo y morado.
Oh, Bahía de Algeciras.
Oh, tus silencios.



La llamada



En lo incierto de la tarde,
sonaba el telefonillo.
Y sin que, las llamadas,
fueran las deseadas.


Ella,
cansada, inquieta e intranquila,
se acercó al balcón del miedo
y allí, aguardó a ser citada,
con las cancelas abiertas al abismo.


Al son de su impaciencia,
la sala permaneció sin luz,
hasta que a las dieciocho y cuarenta,
el suave timbre de voz de la enfermera,
citó su nombre tras la reja.


Me tocó –exclamó ella--,
y al encaminarse hasta el quirófano,
sus andares derramaron los miedos,
en el corto espacio recorrido.
No existiendo ni un guiño;
ni un beso y, ni un hasta pronto,
en su despedida misteriosa.



Amiga



Amiga.

Levántate y anda, después de que el dolor de tus
lágrimas, haya traspasado el umbral del sol,
al soportar en los pliegues de tu vientre,
a ratas sangrando su polen y su nácar.
Huyendo en oleadas hacia las fronteras
por si les arrancan la piel a jirones,
al segregar de sus colmillos rabia.

Amiga.

Levántate y camina lejos de carroñas hipócritas,
que son los que atacan a sus presas sin avisar,
abandonándolas en la desesperación.

Amiga.
Levántate y anda.



En el lecho



Ella,

permanecía en el lecho de mi jardín,
llegándole a sus honduras las saetas de mis cantes,
a través de las cuerdas vocales de violines y guitarras.
Quedándose alado su maduro cuerpo de mujer,
al encontrarse vestido por volcanes en erupción.
Desprendiendo, de las raíces de su fortaleza,
esencia de almendros florecidos.

Ella,

mariposa inmaculada,
que sobrevuela por los cimientos de mis muros,
inundando sus órganos mi hielo y mi escarcha,
con un tacto que alivia mis fatigas,
después de tantos días del año,
sin amamantarla por mi abstinencia.



Colores



Negro, azabache.

Blanco, rojizo.

Azul, lagrimoso.

Verde ceniza.



Precio oculto



Crecen aterridos escarabajos en la fina podredumbre,
buscando cieno desde sus arrimaderos,
al traspasar el rostro pelotero de sus ideas,
con cucharones dándose codazos.

Viejos sueños oxidados en los arrinconados caminos;
al cruzar sus mugres el puente, por cauces adversos.

Y sus muertos sollozándoles desde las tumbas,
por traicionar la dignidad de sus genes.

Mezquinos besugos que apestan,
por el precio oculto de sus poderes velados.

Camisas nuevas, vehículos blindados y escoltas.



Tu mar y mis ríos



Tu mar y mis ríos.

Mi mar de tus golpes.

Tempestades batientes.

Mis afluentes y tus charcos.

Tus olas y las mías.

Tu dictadura.

Mi democracia.



Recostado



Recostado sobre la calamina del cabezal de mi cama,
observé como el pomo de la puerta giró;
enmudeciendo mi garganta de impotencia,
al irrumpir mi columna vertebral de otra época.

Cada vez que se presenta ante mí,
desaguando pétalos de geranios amargos;
le brota la noche de nuestro último encuentro,
ahogándosele sus canos cabellos en las semillas.

Quedaron ancladas sus aspiraciones en la cerrazón,
del viejo caminar recorrido juntos,
cuando el repiqueteo de las campanas de su cuerpo,
le anunciaron la llegada del ocaso.



El jardinero




Permaneces en armarios polvorientos,
sin que percibas los sones de la trompeta,
cuando el jardinero con el himno de su manguera,
intenta saciar la sed de tus flores marchitas.

Regante de riegos, sin derramar ni gota,
con agua clara de manantiales.

Trasvase de poderes a sus canales;
océanos salados de lágrimas del pueblo,
y las hienas despedazando la paz.

Cárceles saturadas en las brumas,
con puertas sin cancelas, para los paseos del régimen.

Los pirómanos sin piedad con sus fuegos artificiales,
y el jardinero sofocándolos con su riego.



Mujer, de negra túnica



Mujer, de negra túnica y expresión latina,
bálsamo de añejos guiños escritos sin tinta.

Dos golpes de tus mohines,
hicieron que cerrara el telón del teatro,
al haberte marchado del escenario sin despedirte.

Siendo tan sentido lo que de ti aprecié,
que ya no estás ni cerca y ni lejos de mis corrientes.

Penetrando a través de los espíritus,
sólo el silencio de tus huecos andares.

Aunque muero por morirme, muriéndome muerto,
con tantos mentecatos en los despachos.

Sintiéndose incómodo, tu perro faldero,
al usar las enaguas de seda, no sólo en verano.


Mujer de negra túnica,
tus nieblas me ahuyentaron,
al no encajar entre tus colores,
el morado favorito de mi bandera.



Gota a gota



Da igual que sufran al decir adiós a los suyos,
a la hora prevista de la indiferencia,
cuando hurgan en la tenebrosidad de sus arrecifes
y los derriten en los desórdenes más espesos,
hasta que el sol aparezca y los tutele.


Da igual que la leche en polvo y el queso de bola,
los hábitos tradicionales del ejército y su construcciones,
hayan aromatizado la mar, la tierra y el campo,
con el vinagre que los amamantó al nacer.

Da igual y qué más da,
que le corten la respiración,
a la nata de sus recipientes agujereados.

Ya que da igual, que gota a gota,
recuerden su pasado y comprendan.

Que a todos no les da igual,
que, carnívoros aguiluchos,
sigan atravesando las entrañas de los pueblos,
al clavar sus afiladas aspas, en la democracia.



Vidrios quebrados



Su melodiosa voz me miró detenidamente,
tallándose en el rostro de mi pentagrama;
desgranando vidrios quebrados,
al no haber cicatrizado sus odios,
después de haber transcurrido el ciclo.

Sus cenizas se reflejan en lo árido,
cuando sus pechos endemoniados,
carecen de néctares de vida;
al descolgársele, enflaquecidos y anémicos,
después de que sus pezones acristalados,
amamantaran con masilla de su leche descafeinada,
a numerosas fieras salvajes en la orilla de los surcos,
cuando cabalgaban a lomos de equinos blindados,
tocando en los picaportes de las puertas,
solicitando la presencia del titular de las casas.

Llegándome el turno, al presentarse en la mía
con latidos, sin contemplaciones;
invitándome a defecar en las zahúrdas de sus ideas,
para después apretar el gatillo sin piedad;
atravesándome el plomo de sus vainas,
desde la nuca a la frente,
y rematándome en el suelo, con el tiro de gracia;
riéndose a carcajadas, al escuchar una jocosa voz
desde el pelotón de justicieros, que decía:

-- Uno menos.



La Tarde



La tarde caía envuelta en enigmas,
por las transfiguradas laderas de la mazmorra,
al permanecer encadenada entre sus rejas,
la deseosa libertad de madre.

Evaporándose su luminosidad;
yaciendo, ya finada,
por su honda espina oculta,
en la tenebrosidad del olvido.

Diario sueño de secuencias jadeadas,
postrados en sus cautivas orillas,
con sus voces de esperanzas borradas.

El azul de las monarquías,
y el nebuloso oscuro de sus mensajes.



Juncos en la ribera



Saciaron el cóndor vivo en la batalla de ambos,
cuando los susurros deambulaban rotos;
quedando huérfanos los juncos de sus riberas,
después de las convulsiones desdentadas,
de sus derruidos sables bélicos.

Luminosa intransparencia de convulsión constante,
creciendo, suspiro a suspiro, en continuos sucesos.

Los novios aplazaron la ceremonia y el banquete,
al encontrarse el pozo de sus amores vacíos,
tras un largo recorrido por diferentes derrotas,
con sus demonios silenciando los sueños,
en las enardecidas enaguas de amapolas.



Sombrilla



No era escarcha sino romero,
lo que bañaba las aguas de sus poros,
cuando tumbada en la rubia arena de la cala,
el romper del aura a ritmo acompasado,
ahuecaba sus ronquidos en balcones a lascas,
dibujando barcos veleros en la calima,
al ser anegados por los suspiros de las rocas.


Y al percibir el vuelo rasante,
del pubis desnudo de una joven sirena,
despertó el rugir de su cuerpo dormido,
acariciando la espalda con su mano izquierda,
alertando con una falsa alarma a las aves,
cuando estaba bronceando su tacto,
y el resto del cuerpo prendía bajo la sombrilla.



Silencio




Silencio.

Silencio bajo los cristales ahumados de sus gafas,
con patillas recicladas con desechos,
al esconderse el busto de sus ojos,
en la recorrida pasarela de su presencia.

Le cambió la voz,
al divisar a lo lejos,
al albor del alba;
regresando en el tren de la muerte,
con cadáveres surgiendo de los sueños.

Silencio.

Silencio, en los andenes de la estación final,
temblando la tierra al detenerse los vagones;
retorciéndose los raíles como serpientes,
al reptar entre jaramagos.

Silencio.

Sus silencios.



Héroes tumbados



Los vecinos del pueblo se manifestaron,
en la plaza más importante, para que, a cada
familia, le devolvieran a sus héroes tumbados.
Y tú, mientras la urbe solidaria, obrera y campesina,
desprendía jazmines con sus lágrimas envueltas en corales,
permanecías frío como el mármol,
al dinamitar de tus venas heridas
--el dolor de un toro bravo,
al ser estoqueado en el infinito--.

Debiéndote arrodillar ante ellos,
al existir secciones de mensajeros
picoteando en las heridas,
con sus guadañas de finas cuchillas,
seccionando la hierba mojada,
para dar de comer a sumisos del bando,
en la purga medicinal de innobles enfermos.



Termitas



Insípida madera carcomida,
con sus excavaciones llevadas a cabo,
por termitas vengadoras y ciegas.

Ríos, charcas y pozas estancadas,
en los nublos que subyacen,
en los hombres identificados o indocumentados.

Verde superficial y negro interno profundo,
al portar negruzcos ecos de resarcimientos.

Margaritas amarillas y anaranjadas,
de caudal de esencias naturales,
que alimentan a insectos con sus pétalos
y con terrones de azúcar morena de caña.

Enmudeciendo el silencio con sus ráfagas,
sin que la razón los pudiera frenar,
al sentenciar con sandalias de cuero,
y los otros, sangrando desnudos.



Partida de ajedrez



Si tú no luchas solo,
ellos te apuntalan con el salto de sus fichas.

Si tú no sufres caminando,
ellos te sangran la miel de tus venas y
te vencen al rematarte en las cunetas;
dejándote sin mar, sin sol y sin sales.


Y solo tú.

Solo tú,

puedes salir victorioso ante los peones,

de la partida de ajedrez que juegas sin damas.



Raíces



Quisiera, que me envolviera, sin temores,
el almidón intransparente,
de la selva vacía de sus ojos,
cuando serpentee entre la arboleda,
sus resentimientos agónicos,
en la preciada hiel de hedor,
que los ilumina en las degradaciones.

Y que los altares de los oratorios de catedrales,
se resquebrajen, con sus fieles al movimiento,
al brotarles sangre amarga de los capiruchos
de levitas de cartón de piedra.

Con cien pecados y sin ellos,
brotados de sus cepas.



Todo



Y si todo está distante,

todo está lejano.


Todo, más que un todo,

se presentó ante mi,

en lo gris de una noche de otoño.


Y todo ya, tan cercano;

todos los recuerdos.


Todo.



Pensaba


No sé ni lo que siento,
porque me inundan sus alas
y su sincero volar,
por mis calles abiertas.


José Salguero Duarte



Pensaba,
que navegando por los sueños,
de tus calles raídas,
la sombra del silencio,
permanecería congelada,
en el hielo del invierno.

Y hoy, a mí más de medio siglo,
al reverdecer en la primavera los recuerdos,
me llevas a meditar de la mano,
transitando de una a otra época
sin parpadear, al rescatar la música lejana.


A Juan Martínez Andújar
Caballero de la Libertad







Carta a Juan Martínez Andújar


A las 5 de la madrugada del martes 16 de mayo de 2006. A mí más que amigo, Juan Martínez Andújar, comencé a escribir estas letras, con los lagrimales de los ojos empapados, al encontrarse postrado en el ocaso de su alba, en la habitación 445 del Hospital de la Cruz Roja de Algeciras. La muerte llamó a su puerta, para llevárselo de viaje sin retorno alguno. Y cuando despuntaba el nuevo día en mi medio siglo de vida y un anochecer en su casi centenario. Sus quejidos aporreaban mis pensamientos, agarrándose a esta vida a pesar de lo que le hizo sufrir y padecer a lo largo de su existencia.

Estimado, Juan:
No sé ni lo que siento en estos momentos,
porque me inundan sus alas y su sincero
volar por mis calles abiertas.
Es tan bello el amor y el respeto
que le profeso en esta corta
y distante presencia,
que no he podido conciliar el sueño.
Pero desperté con resaca, tan borracho de beberlo, después de nuestra sana amistad sin interés alguno durante el caminar que hicimos juntos. Y aquí me encuentro, yaciendo vivo en esta jungla de burros pajizos revueltos y disueltos caminando por la izquierda. Ya que el mulo terco del pensar que muchos de ellos, llevan incrustado en sus almas, no les deja ver la claridad del alba, de tanta paja y alfalfa.
Le diré, que tengo que recurrir, a mi libro de poemas: Cuando respira el mar, para recordar algunos pasajes que escribí en su día, para oxigenar mi mente totalmente hueca, muda y ciega.
Ya que, siento el sentir, de lo que usted
siente en estos minutos vitales.
Pero nada me gustaría sentir,
de lo que usted está sintiendo. En esas miradas que nos cruzamos con mucha verdad hace unas horas. Pidiéndome en las mismas, que le ayudara desde su lento latir. Porque:
La hierba crece, crece la hierba
en el cementerio viejo.
Y miro voces escritas,
con llantos sobre los nichos,
al no caber tantos recuerdos
en muñones de palabras.
Son lágrimas que se rompen,
al entrar en mi memoria.
Amargo dulzor, nostalgia,
solitario cementerio.

Juan, al usted alejarse como los veleros de la Bahía de Algeciras, rumbo a un puerto desconocido. Llega la noche para mí, y todas las luces de mi vida se oscurecen, al encontrarse almas desgarradas y horizontes muertos. Y en mi pensar hay santos en las cárceles, pasando hambre el poeta sin luz en las tinieblas; ladrones de guante blanco, rodeados de riquezas.
Lloran niños asustados, la guerra subterránea
los amenazan. Armas de gran destrucción,
excusas de genocidas.
Lágrimas del poeta, alegrías de penas.
Rocío de lunas frías, madrugada en tinieblas.
Sacerdotes en el armario, carceleros por las calles.
Bulerías mortuorias, cabras en el monte.
Escaleras sin peldaños, comida de perros.
Celda aislada, ojos amoratados.
Quejidos, lamentos, manguera, agua fría,
palizas. Reglamento en el cuarto negro,
y somier en los huesos.
Ventanas taponadas, grilletes, camastro,
tundas, repasos; sarna, bilis, maldades,
manos manchadas.

Condes en hotel con rejas;
roldes con las riendas sueltas.

Libertad sin libertinaje; pagarán,
paciencia, tiempo.

Suiza, Gibraltar, primates, mochilas,
maletines y bancos de pesca.

El tren, ese tren, Juan, de la esencia de la vida que lo transporta en contra de su voluntad, azota mis pensamientos. Porque ese tren se ha llevado de mi mente su jardín de flores y mis ansias de lucha. Pero llegará Juan. Llegará esa noche y todas las luces negras se iluminarán. Porque la locomotora de su caminar cerca de un siglo, dejó buenas obras tanto humanas como políticas, en el huerto de los silencios. Y brotarán por el bien de la humanidad, las semillas sembradas con sus manos arrugadas y vistiendo su única camisa.
Los que hemos tenido la inmensa fortuna de estar cerca de usted, sabemos que es un buen hombre; un hombre bueno, merecedor de un reconocimiento nacional e internacional a la concordia. Al haber hecho más que méritos suficientes. Porque pasó por campos de concentraciones sanguinarios y terroríficos. Y el actual estado democrático, está en deudas con usted, por lo mucho y bueno que hizo para conseguirse las actuales libertades en España.

José Salguero Duarte
Mayo 2006








Catorce de abril



Catorce de abril, un día del año.

Catorce de abril, blanco o negro.

Catorce de abril, martes o miércoles.

Catorce de abril, dulce veneno.

Catorce de abril, su cumpleaños.

Catorce de abril, el gran recuerdo.

Catorce de abril, sólo un deseo.

Catorce de abril, republicano.



No lloro porque me muero


A ti..............


No lloro porque me muero,
sino porque te quedas sola,
derramando lágrimas de perlas,
con el reloj parándose y mis vivos sentidos..

Tus ojos tristes y los míos agonizan,
envueltos en la piel de la muerte;
en esas noches postradas a los pies de la cama,
cuando mi luz, mi sombra y mi sino se extinguen.

Reina del largo Estrecho, bahía de mis pasiones;
deseo de pescadores furtivos, ricos y nobles;
soñaré al dejar de verte, --ángel de alas blancas--,
al adentrarte sin miedo en las olas.

No lloro porque me muero,
sino porque te quedas sola.



Plaza Mayor



Aprieta el sol en la playa,
de la plaza mayor de tus calles.

Y mientras, los temblores del invierno,
se alejan perdidos en el tiempo.

Descansando entre las nubes,
contemplaba a las chimeneas de las casas,
mudas, afónicas y ciegas.

Y quisiera, que desde su calma,
el blanco manantial del deshielo,
aclare la brea de mi esencia,
que permanece tiznada por los años,
transcurridos desde que nací
en la cesta de mimbre;
hasta que arribé a la orilla de tus mareas.


Este poema


A las once victimas, del retén de Cogolludo (Guadalajara),
en el incendio del 17 julio 2005



Este poema.
Este poema desconocido para vosotros,
es fruto de las llamas quemadas
en el horno del tajo,
en una emboscada tatuada a zarpazos.

Este poema.
Este poema, ha sido avivado por ráfagas de viento,
dejando la barbacoa en la brasa negros rescoldos.

Este poema.
Este poema de pésames llegados,
de no sé qué sitios, impregnados con agua
bautismal azul del bebé recién nacido,
procede de cuna de linajes.

Este poema.
Este poema, de bribones navegando
por mansas aguas mediterráneas,
es todo un poema.
La piel de toro de este poema,
es todo un poema con cuernos,
arrasado y frito por su sombra.

¡Tremendo poema!



Creía



Creía,
que en los rincones muertos de la tierra,
sonaban a tiempo, nuevas campanas;
entre verdes atajos y laderas;
entre sierras jóvenes y viejas;
entre tus cumbres y mis montes;
entre mis cordilleras y tus picos;
entre tus serranías y mis macizos;
entre mi creer y el tuyo.




Camino pedregoso



Las corrientes del Estrecho, su mar y sus olas,
caminos pedregosos de alambres y espinos;
patrulleras alertadas desde las orillas.


Barcos de guerra y pateras desgranando ilusiones;
unas con rumbo fijo y otras perdidas en la niebla.

Yo me iré mientras tú arribas,
calado hasta la memoria.


Un beso; bien venido,
otros murieron en el intento.



Nostalgia



Calma en los adoquinados bancos
y paciencia en los locutorios del pueblo,
cuando personas de edad madura,
con cigarros en los labios,
cubriéndose el entendimiento con boinas,
y con sus dedos sujetando las cachabas,
se cuentan mil y una anécdotas,
ligeros de esperanza. Invadiéndoles
un frío siberiano, al resquebrajarse
la paz de sus años, al sentir en esas charlas,
nostalgia de su pasado roto.



Tu lucha



Te habían apuntalado, al timón de la ceguera,
las miradas astutas del bando poderoso.

No sospechando, de la trama que llevaron a cabo,
los submarinos ocultos de los hostiles.

La cruzada, engendrada por las agonías del odio,
en la guerra que te declararon,
cuando permanecías inmóvil.

Percibiéndose tú lucha con el rocío;
apagándose el resplandor a ellos,
por el escalofriante valor,
que desplegaste en la contienda.



A la hora prevista




Los verdugos cantaron sin voces,
mientras lloros profundos fluían del ocaso de almas,
al aproximarse el día marcado,
para que el pelotón del regimiento ejecutara de nuevo.

Las luces se apagaron y el despertador hizo su recorrido
hasta la hora prevista. Y ya tenían preparada la silla y el garrote.

Se oyeron marciales pasos acercarse a una celda,
en el silencio sepulcral existente en la galería.

Los presos, contemplaban con espejos,
al detenerse el desfile en la número catorce.
Respirando profundamente de alivio,
al sacar el carcelero un muñón de llaves,
seleccionando la titular de esa puerta corroída.

Siendo tres los internos que permanecían en ella;
sacándolos de paseo derechito y en silencio.

Sonando una sincera ovación,
cuando una voz gritó al otro lado de las rejas:

--Compañeros, hasta en la muerte--.



Horror entre hermanos



Si tu muerte fue motivada por defender
tu sentir y pensar hasta las últimas palpitaciones.
Yo quiero morir por tu causa y lo haré
luchando con el punto de mira de mi pluma.

Y dispararé el gatillo con océanos, mares y
ríos de tinta, escribiendo versos, poemas y relatos.

Porque después de setenta y cinco lunas,
con sus días estrellándose; aún salpica el horror
de los rostros de familias, allegados y amigos,
de miles y miles de seres humanos.

Ajusticiados.

Paralizándose la dignidad de los pueblos,
al imponer el otro bando la fuerza de sus armas,
sin haber cancelado desde entonces,
la caza del contrario ideológico.

Si tu muerte fue motivada por rencor y venganza
de los que caminan cerca del abismo,
lucharé a través del dialogo,
que es otra de mis armas;
sin mirar a derecha e izquierda, atrás o adelante.

Y caminaré despojándome durante el trayecto,
de los que, en su aseo personal,
no respeten la fragancia de camisas viejas.

Cuando las de ellos son inexpresivas,
debido al compuesto de sus hornadas.

Y algún día derrotaré a los traidores,
que permanecen en cómodos nombramientos.
Surgiendo, cuando eso ocurra, en la fotografía
de mi diario, los que yacieron de forma vitalicia,
al haber cambiado el matiz de sus genes maternos.



Atentados



Atentados, en autobuses.

Atentados, en cuarteles.

Atentados, en comercios.

Atentados, en colegios.

Atentados, de la Iglesia.

Atentados, en aeronaves.

Atentados, en hospitales.

Atentados, en mercados.

Atentados, en las torres.


Todos son atentados gemelos;

hasta los atentados procedentes,

de servicios secretos

y pulcros despachos.



Flor menguando



Sé de ti, sin conocerte,
allá donde te halles,
postrada en el algodón de tus altares,
siendo asistida, en la distancia,
por los tentáculos de tus semillas,
esparcidas en un río de escaso caudal
y manantial poroso,
con añil fosforescencia
de tu flor menguando;
y la mía floreciendo.



Primer sorbo



Con el peso de la ley, cubierta de muerte
en la obsesionada oscuridad del inhumano genocidio.
Lo sepultaron en la honda tierra,
silenciando sus esperanzas,
para que no creciera y, encubrir
los horrores del holocausto.


A la mañana siguiente del abnegado
trabajo, bajo las órdenes de figuras
cavernícolas, acosando a los jabalíes,
se les calcinó en el primer sorbo,
las rugosidades de sus gargantas curtidas.
Brotándoles lagrimones, tiznados de pus,
por la explosión de su destino labrado.



Las olas



Se me paralizaron los vientos y los mares
al deshilacharse los sones del oboe,
cuando llegaste a mi orilla,
mordiendo a mis labios tus pasiones
abrasantes de mujer enlutada.

Envolviéndome tus olas, sin límites;
al regalármelas con el verdor de tus algas,
en el árido territorio de versos
de las profundidades marinas.


Estrella estéril y fértil en el atolladero
altivo a los pies del poder.
Siniestro silencio en los pasajes de los libros,
narrados por bufones con lenguaje tosco.



Sal Rocosa



Expuesta, desnuda,
se encontraba la dama
sobre la sombra del cielo,
leyendo su historia
de sal dulce.

Y a lo lejos,
muy a lo lejos
-entre sus páginas-
observó a un pez sin espada,
despojándose de la funda.

Y un buitre leonado,
después de remontar vuelo
en la cúspide del caos,
se llevó a sus crías
hasta el cementerio viejo,
montando guardia nada más alcanzar
con sus alas el nido.
Por si el séptimo y su caballería,
arrasaban los nichos cubiertos con flores.



Agua




Agua.

Charca de agua y remolinos de ira.
Tierra mojada, farolas sin luces.
Tu boca sedienta y serena.
Y mis poros gimoteando diluvios.

Agua.

Agua salada, tus lágrimas.
Agua dulce, tus sonrisas.
Agua turbia, tus enfados.
Agua hirviendo, tus llamaradas.

Agua.

Agua y más agua.
Las que fluyen del manantial
de tus doloridas heridas,
surtiendo a los cadáveres
en los aposentos del cargo.

Agua.



El día anterior




En el día anterior a mi cumpleaños,
discurría una mujer envuelta en seda
y otra en terciopelo sin paño.

Montaña escabrosa y sus laderas,
cabalgando a trote sobre el piélago,
al sentir sus piernas moverse.

Y de las siluetas de óvulos de codornices,
prorrumpían polluelos sobre los huevos quebrados,
cacareando, repetidas veces,
al sentirse huérfanos, después del día anterior.




Malow



Atrás quedaron, para ti,
las paredes húmedas
de la casa vieja;
oliendo sus techos a cal mojada,
y las tuberías al límite de su resistencia
que anegaban las viviendas colindantes.

Atrás quedaron, para ti,
una escalera de mármol,
con pasamanos gastados
y una puerta enrejada
impregnada de orines de gatos callejeros.

En la tarde del cinco de septiembre,
te hice la primera visita a tu nueva residencia;
desprendiendo azahares de tu mirada,
al disfrutar de un hermoso patio,
con un naranjo en el centro.

Estabas exhausto, saboreando los ecos
de los poemas que te recitaron en las primeras luces.
Dejando de rezar la gallina de la acera de enfrente,
cuando le llegó la onda de tu baptisterio,
el romper de las olas del malecón de Cádiz,
un ramo de flores al mar
con un verso de ambos.

¡Vivan los novios!

Que se besen.



Miedo, temor y pánico



Sentí miedo al traspasar el umbral de la libertad,
nada más subir los escalones de la puerta principal
y encontrarme en la helada sala de espera,
para ser reconocido por el facultativo de guardia,
el que ante mi sorpresa, lucía un recién
estrenado uniforme. Pero desgraciadamente
para la sociedad, en escasos segundos reverdecieron
algunas grises huellas de la corporación y las de los
distintos pacientes a la otra orilla de la acera.

Sentí ese miedo olvidado después de muchos años,
cuando era provocado por las injusticias sociales.

Sentí ese miedo irremediable, cuando la sombra
de las yemas de los dedos de la secretaria,
tecleaba imperfectamente, cuando con nombre
y dos apellidos me planté ante ella, para que comenzara
la primera escena con la declaración de hechos,
al objeto de rellenar el formulario oficial o ficha médica.

Sentí miedo y gran escalofrío por mi cuerpo,
al no existir privacidad cuando ambos,
-no haciendo el amor y ni tampoco la guerra-,
sino cuando me encontraba contestando
las preguntas que me hacía, muchos de sus compañeros,
al encontrarse el despacho abierto de par en par,
entraban y salían con las orejas tiesas para pescar
y enterarse de lo que declarada impotentemente,
ante las fuerzas armadas de mis órganos.

Sentí ese miedo que creía haber superado
con el paso de los años, pero lo llevaba incrustado
en mí ser, como los toros bravos la raza, bravura y casta.
Habiendo aflorado bruscamente, como el ocaso en mi alba
escribiendo prosa y poemas.

¡Malditas sean los minutos, en los que decidí dar el paso!,
porque brotó inmediatamente,
el reconocimiento médico que superé,
poco antes de que asesinaran a Carrero Blanco.

Por entonces, yo pastoreaba algunos rebaños
en el término municipal de Algeciras.
Pero ellos eran pastores antes.
Y, actualmente, en la democracia,
muchos con pensamientos de cuerpos polígamos,
son inflexibles ante la inexistente
templaza de sus obtusas y corroídas mentes,
al no haberse reciclados acorde con los tiempos.

Sentí mucho miedo, cuando firmé el formulario
y después el inspector del tribunal, hizo lo propio,
dejando su garabato para dar fe certificada.

Sentí más miedo, porque así me encontré después
de salir camino de la luz, en mi primer contacto
con el equipo correspondiente que estaba revisando mi caso.

Pero mucho más miedo sentí cuando acudí por segunda vez.
Y ya eran tres prendas, los que me apuntaban
con sus bisturís en una caverna del sótano,
sin haberse leído el historial clínico.
Y, mecánicamente, querían recetar a su libre albedrío
sin oscultarme debidamente, de acuerdo con las pruebas
que les presentaba.

Sentí mucho miedo, debido a que el Cuerpo
me lo ha dado todo. Pero tuvo que sobreponerse
con la serenidad de la sapiencia adquirida
en libros y en trucos leídos. Para que el engranaje,
funcionara perfectamente a mí alrededor, sin
que se extralimitaran en su inmaculada profesión.

Ya que, desde que tuve conocimiento,
de la realidad existente de mi estado,
lo cuidé con abnegación y respeto;
velando siempre por su integridad física y moral.

Porque con la salud no se juega; aunque para ellos,
sea un caso más a resolver.

Pero para mí, es el más importante.



Ellos




Ellos,

son los que son,
y siguen siendo los que fueron.


Fueron,
son,
y
serán.


Fanáticos,
grupos
innobles.



Cosecha



Fandangos, saetas y tientos,
salían de sus gargantas,
según la época del año.

Utilizando de micrófono,
en la comisura de sus labios,
un cigarrillo de picadura,
cuando regresaban a casa,
después de una nueva jornada,
de sol a sol, trabajando en los campos.

Trabadas en las eras,
dejaron al trigo y a la bestias;
las espigas esparcidas,
y los sacos amontonados.
Para que los ratones en sus confusiones,
no saciaran su hambruna.



A la cárcel




A la cárcel, dentro de la cárcel;
en las profundidades de la cárcel,
entre cuatro paredes de dos por tres metros.

Un camastro, un rollo de papel higiénico,
una taza de retrete, un crucifijo,
y las estampas de sus imágenes.


La puerta de sus celdas
herméticamente cerrada
y las chinches a su aire.


Lágrimas de arrepentimientos;
ya es tarde.

Que se pudran.



Sus manos



Sus manos.

Sus manos entre todas,
entre todas las manos manchadas,
con el devorador ritmo de sus danzas
y los vellos rellenos de estrías,
teñidas con racimos de polen
ocultos de mustios harapos.


Sus manos.

Sus manos que fueron las que maltrataron,
a parejas de esquirlas florecidas,
en los viajes recorridos por la oquedad,
de sus escombros añejos.


Sus manos.

Sus dos manos con cinco dedos cada una,
con sus espigas rugosas y enfermas,
zumbando el tacto de sus corazones,
hacia la hojarasca de los difuntos.


Sus manos.

Sus manos ardiéndoles, de sus lluvias de otoño,
inéditos lloros, abominables,
cuando emerge la maldad de sus fuegos.


Sus manos.

Sus dos manos manchadas,
y sin que los blancos guantes,
puedan hacer desaparecer sus delitos.


Sus manos.

Sus dos manos.



Sangre





Sangre,

mucha sangre,

más coronas;

otro velatorio.


Ceremonia religiosa;

más viudas,

muchos huérfanos.


¡Qué pena!



Tanatorio



El tanatorio está enclavado,
donde en otras épocas,
se reunían los juerguistas,
alrededor de copas, cartas y damas
que fumaban tabaco y hablaban de forma alegre.

En este tanatorio, un día, hicieron acto
de presencia autoridades políticas y militares;
sentándose, codo a codo, en la capilla,
al asistir a la ceremonia religiosa.

Latiéndome el corazón al tener al difunto
al otro lado de la sala, con los ojos cerrados
y vistiendo uniforme nuevo,
con sus condecoraciones en las hombreras.

Y al ser su muerte confusa,
después del recorrido por su pasado.
Cuatros soldados lo llevaron a hombros,
siendo recibido, en la puerta del templo
con honores de gracia por el cura castrense.
El que en la homilía alabó y exaltó sus miserias.
Penetrándome sus amargas palabras,
a través de los instrumentos de la banda de música,
que amenizaba el funeral, interpretando marchas
fúnebres con sonidos patéticos.

Disparos de salva, hacia el azul de los cielos,
ahuyentaron a cigüeñas y palomas,
abandonando el campanario.

Y los vecinos del pueblo,
debido al calor sofocante,
permanecían en sus viviendas,
viendo desfilar tras las mirillas,
a los hijos con sus madres,
camino del crematorio.



La viuda



Ella, vestida con riguroso luto,
adornándolo con complementos
de mantillas, rosario y peineta.

Y sus hijos con elegantes trajes,
acompañados por sus novias.

Quedándoles una soldada vitalicia
con tratamiento de excelencia.

Los municipios en quiebras,
y gran parte de la población, pasando sed.



Homenaje



No habían transcurrido,
ni tres semanas con sus días y noches.
Desde que el bárbaro verdugo,
dejara de dar la última
calada a su enorme habano.
Cuando, un grupo de amigos ideológicos,
le tributaron un sentido homenaje,
colocándole una placa de cerámica;
en la parte superior de la ventana
rejada de la fachada de su casa,
por la gran labor llevada a cabo en el servicio.

Un joven voceras, engominado,
hizo de maestro de ceremonia;
leyendo a los asistentes,
los telegramas recibidos,
demostrando sus condolencias.

El presentador del acto,
trepador de entre los trepadores,
camina, a sus pocos más de veinte años,
perdido por distintos senderos,
carente de los elementos esenciales,
para llegar sólo con su don.

Y después, pocos minutos después
de haber iniciado su disertación,
le cedió el uso de la palabra
al teniente de alcalde,
quien babeaba tras el atril,
al halagar, con su gubernamental lenguaje,
al general que presidía el acto,
el que llegado el momento,
tiraría de la cinta de la bandera,
para descubrir la obra de arte.

Momento cumbre,
cuando soldados saludaban,
rindiéndoles armas.

Y el cura con la cruz de su señal,
bendijo a los presentes.



Esquela mortuoria



Al día siguiente,
salió publicada una esquela mortuoria,
en los medios de comunicación de la comarca;
con la luz del faro en el área del sur de Europa.
Habiendo sido remitida por el gabinete de
prensa, del Gobierno Militar de zona,
en la que se leía:

“El general falleció a las trece horas,
al derrumbarse la placa sobre
su cabeza cubierta con la gorra de plato,
muriendo en acto de servicio”.


--Descanse en paz su eterna alma.


Le deseo--



El barco



¡Ya llega el barco!
El barco atracó en puerto,
ondeando una blanca bandera
anudada con gruesa soga.

Atrás quedaron las persecuciones y exilios,
después de tanta lucha, para concienciar
a los impostores.



Latidos




Poesías de tus labios.

Y de las caricias, versos.


Andares silenciosos;

voces, lloran, desgarradas.


La sombra de tu aroma,

planeando por mi espíritu.


Y supuran mis heridas,

al percibir los latidos.



Sueños



Viajé por los versos y poemas de tus páginas,
abrigado por el goteo de tus vaivenes.
Cambiando el periodo de mi estado,
sintiéndome cómodo en cada instante,
al contemplar, alrededor de una lumbre,
los atardeceres de playas salvajes.

Noches de lunas y sin ellas,
y muchas de las maravillas que nos ofrece,
el entorno natural del sur del continente.
Siendo tan grande lo que recibí
de ti, sin nada a cambio,
que no necesité satisfacciones cultivadas,
para sobreponerme al desfallecimiento.
Porque me encontraba impregnado
del torrente que me proporcionaste
con las yemas de tus meñiques,
con las caricias de tus hebras,
con los quejidos de tus sollozos,
con la profundidad de tu atisbo,
con el aroma de tu entidad
y con el palpar de tus arrumacos.

Viajamos en cajas, baúles, maletas,
en porta equipajes, jaulas,
automóviles, barcos y pateras.
Unas veces era yo el guía,
pero siempre eras la que iluminaba el camino,
con un latir de tu ondear que llegaba siempre
como un repiqueteo dinámico, haciéndome sentir
los acordes musicales del Bolero de Ravel,
desenmascarando a los angelitos negros.

A través de tus oleajes al viento,
contemplé campos de trigales, teatros romanos,
fincas de girasoles, el desierto del Sahara anegado;
el Guadalquivir, Córdoba, álamos, Ronda.

Soportamos la lluvia y la nieve,
secándonos cerca de la chimenea,
leyéndome estrofas. Y yo, mientras,
acariciaba a Wendi, que dormitaba.

Tus sentidos penetraban en los míos,
y los vellos se me erizaban,
teniendo que realizar pausas silenciosas,
después de años sin percibir esas sacudidas.

Si tuvimos sed bebimos del mismo vaso,
y comimos del mismo plato.
Necesité secar las lágrimas de tus deseos,
y contener la alegría que rebosaba tu estado,
al sentirte libre después de muchos años enlutado.

Soportaste una cruz que a punto estuvo de sucumbirte;
pero te has despojado de ella, regándola con el aroma
desprendido de azahares que dieron su vida por ti;
cantando los pródigos al relinche de cartujanos,
ahora que pisas descalza en tu nueva andadura.

Te estremeciste al estar cerca del cielo,
después de haber tocado las estrellas,
en los viajes que soñaste
en noches de incertidumbres.

Todos los viajes comienzan y finalizan;
el nuestro se inició en una noche radiante,
encontrándonos en las primeras horas del regreso.

Durante la travesía de este deseado periplo,
tenía abrazada la piel de tu género.
El camarote estaba en penumbras y
nos reclinamos con las miradas disipadas;
acariciándome los laureles de las manos,
con el tacto de seda que envolvía tus lienzos,
enumerándome las felicidades y calamidades;
y profundizando en las llagas de las heridas.

Afortunadamente, la mar habitaba en calma
y la travesía la realizamos sin sorpresas.
Nuestros cuerpos disfrutaban de almíbares,
al llegar por primera vez al ancladero.
Teniendo que dominar el fuego de tu cuerpo,
que había sido provocado por la convulsión
que sentías con las aclamaciones de aceptación.
Cuando el jefe de plaza, hizo sonar los llamadores,
y la población se rindió a tus pies,
al ser depositada en una bandeja,
descendiendo de los peldaños del recorrido,
para ser enarbolada de nuevo,
en el lugar que te corresponde en la historia.



Doce campanadas, doce puñaladas
(Logroño campanadas 2002-2003)




1-No, a la explotación y abusos de menores
-(Son almas inocentes, para sufrir esclavitudes)


2-No, al terrorismo de diferentes signos
-(El pueblo, lo suplica a gritos)


3-No, a la cultura del pelotazo
-(El pueblo debe leer libros e instruirse)


4-No, a las agresiones y malos tratos a mujeres
-(Ellas son las que alumbran vida)


5-No, a la tiranía política
-(Menos mentira y más verdad en esta bendita Tierra)


6-No, a los atentados contra el medio ambiente
-(Debemos cuidar el Planeta)


7-No, a los sin techos y sin trabajo
-(Todos tenemos derecho a un puesto de trabajo y a una vivienda digna)

8-No más, muertes, en el Estrecho
-(El mundo fue creado sin fronteras, derrumbar las que habéis impuesto)


9-No, a la injusta distribución de la riqueza
-(Todos tenemos derecho a la justa distribución)


10-No, a los paraísos fiscales
-(Salven a vidas inocentes que diariamente mueren hambrientos)


11-No, a la mala aplicación de las leyes
-(Todos somos iguales, nada de privilegios)


12-No a la represión contra la libertad de expresión
-(Una sociedad callada, es una sociedad muerta y sin vida)


Este libro, se terminó de imprimir
en los talleres de Tipografía Mazuelos
de Algeciras, el 12 de octubre ded 2006







El poemario fue presentado,por el diputado de Izquierda Unida Antonio Romero,el 3 de noviembre de 2006 en la Fundación de Cultura José Luis Cano de Algeciras.