jueves, 8 de septiembre de 2011
A la memoria del alcalde de Algeciras Rafael López Correa
A la memoria del alcalde de Algeciras
Rafael López Correa
“¡Alabado sea Dios! ¡Qué pequeño es el mundo!,
nunca se sabe quién te puede ayudar”
Por: José Salguero Duarte
Jueves 8 septiembre 2011
Tarde o temprano, se recolecta lo que se ha sembrado a lo largo de nuestros días. No sólo en lo laboral o profesional sino en nuestras actuaciones cívicas diarias desde cualquier cargo, status o posición social que ocupemos.
Por lo que, esta tribuna de opinión, se la dedico tanto al que fuera al acalde de Algeciras Rafael López Correa, que ejerciera como tal en el periodo comprendido 1956-1969. Y a aquella niña de unos doce años por entonces; hoy mujer con hijos y nietos. Al protagonizar ambos unos hechos humanos, que dejaron huellas en mis sensibilidades.
La historia comienza así: En la plantilla de Policía Municipal de Algeciras, siendo alcalde Rafael López Correa, había un veterano Policía Municipal rebelde y reivindicativo contra las injusticias. Hasta el punto que en cierta ocasión, cansado de solicitar le facilitaran un nuevo uniforme, porque el de algunos compañeros y especialmente el suyo tenía más remiendos que los pantalones de Cantinflas.
Al hacer los superiores caso omiso a sus peticiones, se presentó vestido de paisano para realizar el servicio policial. Causa que provocara un revuelo, pero en escasas semanas se resolvió ese problema de uniformidad en la plantilla.
En otra ocasión, cuando este agente se encontraba prestando servicio de vigilancia y protección, en la puerta principal de la Caseta Municipal del recinto ferial. Dejó a todo el mundo entrar sin el correspondiente ticket. Y, en el transcurrir de las horas más boquerón que yo cuando calzaba alpargatas de esparto. Se pueden imaginar, estimados lectores, lo que a veces ocurría y ocurre, cuando a alguien le sienta mal el pirriaque peleón o de marca.
Ese estado del agente, fue puesto en conocimiento de la máxima autoridad local, procediendo de inmediato a la apertura de un expediente disciplinario. Siendo sancionado al parecer con tres meses de suspensión de empleo y sueldo.
Dicha sanción disciplinara, provocó una inquietud grandísima en el seno familiar del agente, al carecer de recursos económicos para subsistir. Por lo que, una de las hijas del policía municipal, de unos doce años, al presenciar la terrible situación y el disgusto tan grande que tenía su madre, que no dejaba de llorar.
Una mañana, se personó en la puerta del despacho del alcalde en el Ayuntamiento. Y el secretario, le negó que accediera hasta López Correa; indicándole, que lo debería solicitar por escrito. Contestándole la chiquilla, que de allí no se iba a mover hasta que saliera.
López Correa, que escuchó la conversación desde su despacho, le indicó al secretario que la dejara pasar. La niña, le expuso el motivo de su visita. Diciéndole entre otras cosas, que su madre no dejaba de llorar, porque no tenía dinero para darle de comer a ella y a sus hermanos al haberlo sancionado.
El alcalde, para justificar su proceder, le dijo entre otras cosas a la niña que su padre había cometido una falta grave, enseñándole además otros expedientes disciplinarios.
Ella le contestó al alcalde, que llevaba toda la razón, pero que tanto sus hermanos como su madre tenían que comer todos los días. Y --como conozco donde vive usted, le dijo, nos presentaremos en su domicilio para desayunar, comer, merendar y cenar los tres meses que dura la sanción que le ha puesto a mi padre.
A López Correa, algo muy profundo le conmovió interiormente lo que le decía la niña. Hasta el punto que llamó al secretario y le ordenó que todos los días, hiciera un cheque por valor de 1.500 pesetas y se lo entregara.
La niña, al regresar a su casa le dio a su madre el cheque preguntándole de dónde había sacado el dinero. Y ella se lo explicó detalladamente. Alucinando la madre con la actitud de su hija de corta edad pero con un par y muchas luces.
A partir de ese día la niña cada mañana se presentaba en el Ayuntamiento y Santi al verla le hacía el cheque. Pero llegó el primer sábado y al dárselo le dijo la niña: --Santi mañana es domingo y también comemos-. Santi le hizo otro sin rechistar. Repitiéndose esta situación mientras duró la sanción.
Transcurrieron muchos años y esa niña ya casada y con hijos. En una noche de invierno diluviando torrencialmente como nunca en Algeciras. Circulaba acompañada por su esposo, conduciendo ella un vehículo que estrenaba ese mismo día.
Observando en la soledad de la noche a un anciano vistiendo una gabardina calado hasta los huesos, en la parada de los autobuses urbanos del camping de La Granja (hoy una gasolinera y un centro comercial).
Aquella imagen le conmovió a la señora y cuando se fue acercando reconoció que era López Correa. Paró el vehiculo se bajó invitándole a subir. Pero él le dijo que iba chorreando y que iba a mojar el coche. Contestándole la señora, que no le importaba que se mojara.
Cuando estaba el tembloroso hombre ya sentado en la parte trasera del vehículo. La señora le preguntó: --¿Usted es López Correa verdad?, contestándole que si. Prosiguiendo la señora preguntándole:
--¿Usted se acuerda del policía municipal llamado…? ¿Usted se acuerda de una niña?, que en cierta ocasión se presentó en su despacho, porque usted había sancionado a su padre que era el referido policía municipal.
Contestándole López Correa: --Claro que me acuerdo, no sabe usted la cantidad de veces que conté, la lección que aquella chiquilla me dio en mí despacho.
Respondiéndole la señora: --Aquella niña soy yo.
López Correa, se echó las manos a la cabeza exclamando: --¡Alabado sea Dios! ¡Qué pequeño es el mundo!, nunca se sabe quién te puede ayudar, ya que aquella criatura hoy ya toda una señora, me ha auxiliado llevándome hasta el Café Piñero. Encontrándome anciano, enfermo y empapado hasta el alma.
¡Cuando le cuente a mi familia esto que me ha ocurrido, no se lo van a creer!