lunes, 4 de noviembre de 2013

De la libertad al ordeno y mando


 
 
De la libertad al ordeno y mando

 
"Sintió ese miedo, temor y pánico después de salir de las catacumbas camino hacia la luz"


 
 
 
 
 
 
 
José Salguero Duarte
Lunes, 4 de noviembre 2013

 
 

Sintió miedo al traspasar el umbral de la libertad al ordeno y mando, nada más subir los escalones de la puerta principal del centro, y encontrarse en la helada sala de espera, para ser recibido por el empleado de guardia de la oficina de turno. El que ante su sorpresa, lucía una bata blanca, la que se encontraba totalmente reventada por las asilas, al ser cuatro tallas inferiores de la que precisaba el ‘armario empotrado’ que la portaba, encima de un uniforme similar al de las SS alemana. Fulano de alrededor de medio siglo a sus espaldas, mal llevado con sus pies planos, juanetes, tripa cervecera y un ojo vago hacia la derecha, como los huevos rotos de los timbales de ‘Paca la culona’.

Dicha impresión motivó, desgraciadamente, que en segundos reverdecieran las huellas de la corporación poseedora de yugos y flechas, la que eran utilizadas indiscriminadamente contra los pacientes situados a la otra orilla de la acera. Sintiendo, el sufridor, ese específico miedo olvidado después de muchos años trillando, contra el régimen interno y externo de su cuerpo.

Sintió ese miedo cuando con nombre dos apellidos y un par de motivaciones se plantó ante ellos, para que comenzara la escena de la declaración de hechos; rellenándose el formulario acorde a lo estipulado por la sombra de los dedos del practicante.

          Sintió ese miedo a pesar de que se había preparado concienzudamente para pasar el trance. Pero fue superior a sus fuerzas, recorriendo por todo su cuerpo un gran escalofrío, al no existir privacidad alguna cuando se encontraba interpretando esa escena. Porque independientemente de que el habitáculo tenía colocadas cámaras de seguridad y escuchas por todas partes, estaban sus puertas abiertas de par en par, entrando y saliendo determinados mozos con las orejas tiesas como los perros de caza, para enterarse de lo que se traía entre manos el órgano ejecutor.

          Sintió ese miedo que creía haber superado tras muchos años, pero lo llevaba incrustado en los pilares de sus canaletas, con la misma intensidad, que el de los cristianos cuando los sacaban de las mazmorras encadenados de pies y manos, para que los leones hicieran buen deguste de sus señas de identidad, ante el regocijo de la plebe enardecida. Aflorando en él los animales salvajes que llevaba dentro, por si era necesario utilizarlos en defensa propia.

          ¡Malditas sean los minutos en que decidió dar el paso!, exclamó en determinados momentos del inicio del proceso; porque se acordaba de la trompeta que tuvo que vender para costearse las lentillas, para superar el reconocimiento médico, tres meses antes de volar por los aires el general de marina de tupidas cejas.
        
           Sintió ese miedo en la década anterior de los sesenta. Años de penumbras sociales, económicas y políticas en la Comarca del Campo de Gibraltar. En la que pacía y en vez de corretear a las guiris por la Costa del Sol, como hicieron algunos conocidos suyos del barrio del ‘Poco Aceite’. Se ganaba unas pelas los días de festejos taurinos, vendiendo helados en la desaparecida plaza de toros La Perseverancia. Ejerciendo también de botones en una pensión de la calle Duque de Almodóvar, en la que, aprovechando que el río de la Miel pasaba cerca, se tiraba a algunas descarriadas.

          Sintió más miedo aún, cuando lo obligaron a firmar, haciéndolo después el preceptor del expediente. Demostrándole con su mala rúbrica que fue pastor mucho antes que él, al ser un borrego con ideas obtusas, al no reciclarse acorde con los tiempos.

          Sintió ese miedo, temor y pánico después de salir de las catacumbas camino hacia la luz. Pero más miedo sintió, cuando acudió por segunda vez a dicho órgano, y ya fueron cuatro ‘prendas’, los que le apuntaban con sus bisturís en la caverna del sótano. Y sin haberse leídos ni mínimamente el asunto, mecánicamente diagnosticaron a su libre albedrío, haciendo caso omiso a las explicaciones del paciente y a las pruebas presentadas.

Ante esa actitud represora, mezquina y repugnante; tuvo que sobreponerse, para que el engranaje funcionara a su alrededor acorde a la legalidad vigente, sin que algún mal parido se extralimitara, al ser lo que prevalecía en esas mazmorras. Por ello, desde que tuvo conocimiento de la triste realidad existente, cuidó y veló por su integridad, al creer que con la salud de los pacientes no se juega, aunque para esos ‘cirujanos’ sea un caso más de tantos. Pero para él o para usted, estimado lector, que lee estos pensares filosóficos, nuestros asuntos deben ser los más importantes de cuantos se les presente. Debiendo actuar, los que están obligados a ello de cualquier profesión u oficio, según la legalidad vigente. De lo contrario, solicite el libro de reclamaciones, porque nadie debe hacer un uso inadecuado de su rol o status…