De la libertad al ordeno y mando
"Sintió ese miedo, temor y pánico después de salir de las catacumbas camino hacia la luz"
José
Salguero Duarte
Lunes, 4 de noviembre 2013
Sintió miedo
al traspasar el umbral de la libertad al ordeno y mando, nada más subir los
escalones de la puerta principal del centro, y encontrarse en la helada sala de
espera, para ser recibido por el empleado de guardia de la oficina de turno. El
que ante su sorpresa, lucía una bata blanca, la que se encontraba totalmente
reventada por las asilas, al ser cuatro tallas inferiores de la que precisaba
el ‘armario empotrado’ que la portaba, encima de un uniforme similar al de las
SS alemana. Fulano de alrededor de medio siglo a sus espaldas, mal llevado con
sus pies planos, juanetes, tripa cervecera y un ojo vago hacia la derecha, como
los huevos rotos de los timbales de ‘Paca la culona’.
Dicha
impresión motivó, desgraciadamente, que en segundos reverdecieran las huellas
de la corporación poseedora de yugos y flechas, la que eran utilizadas
indiscriminadamente contra los pacientes situados a la otra orilla de la acera.
Sintiendo, el sufridor, ese específico miedo olvidado después de muchos años
trillando, contra el régimen interno y externo de su cuerpo.
Sintió ese
miedo cuando con nombre dos apellidos y un par de motivaciones se plantó ante
ellos, para que comenzara la escena de la declaración de hechos; rellenándose
el formulario acorde a lo estipulado por la sombra de los dedos del
practicante.
Sintió ese miedo a pesar de que se había preparado
concienzudamente para pasar el trance. Pero fue superior a sus fuerzas, recorriendo
por todo su cuerpo un gran escalofrío, al no existir privacidad alguna cuando
se encontraba interpretando esa escena. Porque independientemente de que el
habitáculo tenía colocadas cámaras de seguridad y escuchas por todas partes,
estaban sus puertas abiertas de par en par, entrando y saliendo determinados
mozos con las orejas tiesas como los perros de caza, para enterarse de lo que
se traía entre manos el órgano ejecutor.
Sintió ese miedo que creía haber superado tras muchos años,
pero lo llevaba incrustado en los pilares de sus canaletas, con la misma
intensidad, que el de los cristianos cuando los sacaban de las mazmorras
encadenados de pies y manos, para que los leones hicieran buen deguste de sus
señas de identidad, ante el regocijo de la plebe enardecida. Aflorando en él
los animales salvajes que llevaba dentro, por si era necesario utilizarlos en
defensa propia.
¡Malditas sean los minutos en que decidió dar el paso!,
exclamó en determinados momentos del inicio del proceso; porque se acordaba de
la trompeta que tuvo que vender para costearse las lentillas, para superar el
reconocimiento médico, tres meses antes de volar por los aires el general de
marina de tupidas cejas.
Sintió ese miedo en la
década anterior de los sesenta. Años de penumbras sociales, económicas y
políticas en la Comarca
del Campo de Gibraltar. En la que pacía y en vez de corretear a las guiris por la Costa del Sol, como hicieron
algunos conocidos suyos del barrio del ‘Poco Aceite’. Se ganaba unas pelas los
días de festejos taurinos, vendiendo helados en la desaparecida plaza de toros La Perseverancia. Ejerciendo
también de botones en una pensión de la calle Duque de Almodóvar, en la que,
aprovechando que el río de la
Miel pasaba cerca, se tiraba a algunas descarriadas.
Sintió más miedo aún, cuando lo obligaron a firmar, haciéndolo después el preceptor del expediente. Demostrándole con su mala rúbrica que fue pastor mucho antes que él, al ser un borrego con ideas obtusas, al no reciclarse acorde con los tiempos.
Sintió ese miedo, temor y pánico después de salir de las catacumbas camino hacia la luz. Pero más miedo sintió, cuando acudió por segunda vez a dicho órgano, y ya fueron cuatro ‘prendas’, los que le apuntaban con sus bisturís en la caverna del sótano. Y sin haberse leídos ni mínimamente el asunto, mecánicamente diagnosticaron a su libre albedrío, haciendo caso omiso a las explicaciones del paciente y a las pruebas presentadas.
Ante esa
actitud represora, mezquina y repugnante; tuvo que sobreponerse, para que el engranaje
funcionara a su alrededor acorde a la legalidad vigente, sin que algún mal
parido se extralimitara, al ser lo que prevalecía en esas mazmorras. Por ello,
desde que tuvo conocimiento de la triste realidad existente, cuidó y veló por
su integridad, al creer que con la salud de los pacientes no se juega, aunque
para esos ‘cirujanos’ sea un caso más de tantos. Pero para él o para usted,
estimado lector, que lee estos pensares filosóficos, nuestros asuntos deben ser
los más importantes de cuantos se les presente. Debiendo actuar, los que están
obligados a ello de cualquier profesión u oficio, según la legalidad vigente.
De lo contrario, solicite el libro de reclamaciones, porque nadie debe hacer un
uso inadecuado de su rol o status…