Toro de la Vega de Tordesillas
Mahatma Gandhi (político y pensador hindú), dijo entre otras cosas: “Un país, una civilización se puede juzgar por la forma en que trata a sus animales”
José Salguero Duarte
Viernes, 20 de septiembre 2013
El hombre, afortunadamente, ha
evolucionado a través de los tiempos; de lo contrario, permaneceríamos subidos
en los árboles, como se encuentran los homínidos y otras especies similares del
reino animal. Pero, lamentablemente, es obvio y evidente, a pesar de
encontrarnos en este siglo de progresos, libertades y bienestares; de que
haberlos los hay todavía, los que continúan subidos en los ramajes de sus
arboledas defendiendo ciertas
tradiciones atroces, a pesar de que las mismas pueden vulnerar los principios
básicos de una sociedad cívica, progresista, moral y humana con equidad y
éticos sentimientos.
Mahatma Gandhi (político y pensador hindú), dijo
entre otras cosas: “Un país, una civilización se puede juzgar por la forma en
que trata a sus animales”, y, “cuanto más indefensa está una criatura, más
derecho tiene a que el hombre la proteja de la crueldad del hombre”.
Por ello,
si la sensatez política de la actual España, es la que está brillando por su
ausencia, para la deshonra del pueblo español, a pesar de que se pregona
políticamente hasta la saciedad del más allá de nuestras fronteras, a través
del paripé de la ‘Marca España’, de que este país es democrático, civilizado y
moderno. La soberanía popular, no debería permitir la pasividad de ciertas
autoridades, no poniendo en marcha las medidas correctoras oportunas, para la
total erradicación del maltrato animal permitido en las diferentes fiestas
tradicionales; en las que ciertos animales, entre ellos, el toro bravo es
vilmente torturado.
Como ocurre el tercer martes de cada
mes de septiembre en Tordesillas (Valladolid), con la tradicional y salvaje
práctica de dar muerte con lanzas a pie o a caballo a un toro bravo totalmente
indefenso. Siendo por día más las voces, entre ellas las mías, las que claman contra esta bestial tradición y otras
similares, que se celebran periódicamente en diferentes localidades de España,
que permanecen ancladas en las raíces profundas más ancestrales, añejas y rancias
de los pueblos.
Por lo que, si
los que deben eliminar dichas prácticas no lo hacen; es porque presuntamente un
determinado número de dirigentes de las distintas formaciones políticas
españolas permanecen ‘subidos en los árboles’ de la ambigüedad de su talante;
al prevalecer para ellos el mantenerse en las poltronas a través del voto en
las urnas. Dando muestras con decenas de excusas, que les importa un bledo que
se maltrate a los animales.
Y como la pela
era la pela, y el voto fue y es actualmente el voto; no me extrañó
absolutamente nada, que el Parlamento de Cataluña, prohibiera la celebración de
las corridas de toros. Pero, sin embargo, no tuvieron esas señorías los
arrestos suficientes para prohibir también todas las celebraciones tradicionales,
en las que los toros con antorchas encendidas en sus cornamentas, son
torturados en las calles y plazas catalanas.
Consecuentemente,
me aterra enormemente que ciertos presuntos inhumanos prosigan con sus
posturas, amparados en el marco jurídico vigente. Y es así, como lo pienso y
expreso, porque si el sanguinario dictador Francisco Franco (que en paz
descanse bajo toneladas de mármol de Macael en el Valle de los Caídos), a
través de una circular de 1963 del Ministerio de la Gobernación , prohibió
la celebración del Toro de la Vega ; haciéndose efectiva
entre los años 1966 y 1970. ¿Cómo es posible?, que en esta democracia española
de charangas y panderetas, el Toro de la Vega fuera declarado en 1980 como Fiesta de
Interés Turístico.
Circunstancias que
hacen, que me sume a cuantas iniciativas civiles y disposiciones políticas se
interpongan, para la total abolición de dichas tradiciones. Porque este pasado
tercer martes de septiembre, le ha tocado morir lanceado a un toro de nombre
‘Vulcano’, tras ser perseguido y acorralado salvajemente; para la deshonra de
la política estatal en general, que es la permisiva de la celebración de esas
aberrantes celebraciones festeras.