A ti, mujer, en tus ochenta y
cinco cumpleaños
A ti, mujer, esencia de azahares y
de jazmines inmaculados, por ofrecer desde los jugos de los mimbres de tus
entrañas, la miel y la sal necesaria para el equilibrio vital. Al poseer en la
columna vertebral de tu ser, ese don innato para alumbrar y dar amor a través
de tu sabia y prodigiosa naturaleza. Fruto de los dones que concebiste gracias
a lo divino y a lo humano, del elixir de la casta de la madera, con la que se
componen las líneas y los espacios, del pentagrama de tu obra maestra.
A ti,
mujer, batuta directriz de la gran partitura musical del Universo. Por marcar
los tiempos y contratiempos, a través de los puntos y contrapuntos de la
sintonía apropiada, en el devenir de tus halos. Para que velemos la inmensidad
de los sones de tus ritmos, con dosis aromatizadas de romero y de rosas sin
espinas, en el jardín de los edenes de tus paraísos.
A
ti, mujer,
bemol de danzas y de valses de la gran enciclopedia de los afluentes de tus ríos.
Caudal sonoro, transparente, puro y silvestre en las profundidades de lo dulce
y de lo salado de las olas del mar, de la tierra y del cielo. Con sus nubes y
con sus claros, con los que iluminas las sonrisas y los llantos del sol, de la
luna y de las estrellas.
A ti,
mujer, hija, esposa, madre y abuela... Por la fragancia de tus notas blancas,
negras, corcheas o semicorcheas de tus principios. Con las que compones los
sonidos y las letras melodiosas del afinado canto dorado. Para hacer frente a
esos estruendos sonoros, con los que te topas en cualquier tiempo y lugar en el
caminar diario. Al no respetarse el derecho universal de la igualdad entre el
hombre y la mujer, en todos los sentidos y aspectos de nuestras mareas humanas,
sociales, profesionales y políticas del caos donde coexistimos los unos con los
otros.
A ti,
mujer, obrera o campesina, ama de casa o asalariada, soprano o poeta, ejecutiva
o limpiadora, taxista o profesora… Por el principio de la coherencia de los
instrumentos de percusión, sonido o cuerda. Con los que tienes que afinar y
templar los acordes fuera de ritmos, al ser discriminada por los discordantes
del penoso concierto de ciertas notas de la oficialidad imperante.
A ti,
mujer, porque los latidos burbujeantes que brotan de los manantiales de los
encajes de tu vitalidad. Me hacen percibir tu lucha constante por un mundo
mejor, a través del sacrificio y de la abnegación por una justa distribución de
la riqueza, renta y salarios. Para sacar a flote del hábitat en el que se
encuentra sumergido tu núcleo familiar, en esta globalización materialista y
bélica que nos imponen las pautas graves y agudas de los despropósitos. Que
tanto dañan a la composición ideal de los diferentes tonos de la sinfonía, a la
que todos debemos pertenecer sin distinciones.
A ti,
mujer, dama de noche y dama de día. Por ser el puntal imprescindible en los
vaivenes del atril de los solsticios de mi música. Composición necesaria para
mis partituras, desde que me amamantara en el vientre de mi madre. Porque, en
el acontecer pasando páginas en el álbum de los años, he crecido como un junco
con raíces sanas y frondosas, en la otra orilla frente a la de los poderes
establecidos.
A ti, mujer, porque el principal
objetivo de los que perturban el normal desarrollo de tus áureas. Es intentar
obviar, eliminar y anular los pilares y ejes fundamentales de la Tierra , con los que debemos convivir en igualdad de
condiciones. Y cuando llegue el momento en que los equinoccios entre el hombre
y de la mujer sean reales, en todos los segundos de los trescientos sesenta y
cinco días del calendario. Sonaran campanas de gloria, al haberse eliminado las
barreras, trincheras y muros…