lunes, 24 de marzo de 2014

A ti, mujer, en tus ochenta y cinco cumpleaños


A ti, mujer, en tus ochenta y cinco cumpleaños

 
José Salguero Duarte

 
A ti, mujer, esencia de azahares y de jazmines inmaculados, por ofrecer desde los jugos de los mimbres de tus entrañas, la miel y la sal necesaria para el equilibrio vital. Al poseer en la columna vertebral de tu ser, ese don innato para alumbrar y dar amor a través de tu sabia y prodigiosa naturaleza. Fruto de los dones que concebiste gracias a lo divino y a lo humano, del elixir de la casta de la madera, con la que se componen las líneas y los espacios, del pentagrama de tu obra maestra. 

A ti, mujer, batuta directriz de la gran partitura musical del Universo. Por marcar los tiempos y contratiempos, a través de los puntos y contrapuntos de la sintonía apropiada, en el devenir de tus halos. Para que velemos la inmensidad de los sones de tus ritmos, con dosis aromatizadas de romero y de rosas sin espinas, en el jardín de los edenes de tus paraísos. 

A ti, mujer, bemol de danzas y de valses de la gran enciclopedia de los afluentes de tus ríos. Caudal sonoro, transparente, puro y silvestre en las profundidades de lo dulce y de lo salado de las olas del mar, de la tierra y del cielo. Con sus nubes y con sus claros, con los que iluminas las sonrisas y los llantos del sol, de la luna y de las estrellas.

A ti, mujer, hija, esposa, madre y abuela... Por la fragancia de tus notas blancas, negras, corcheas o semicorcheas de tus principios. Con las que compones los sonidos y las letras melodiosas del afinado canto dorado. Para hacer frente a esos estruendos sonoros, con los que te topas en cualquier tiempo y lugar en el caminar diario. Al no respetarse el derecho universal de la igualdad entre el hombre y la mujer, en todos los sentidos y aspectos de nuestras mareas humanas, sociales, profesionales y políticas del caos donde coexistimos los unos con los otros. 

A ti, mujer, obrera o campesina, ama de casa o asalariada, soprano o poeta, ejecutiva o limpiadora, taxista o profesora… Por el principio de la coherencia de los instrumentos de percusión, sonido o cuerda. Con los que tienes que afinar y templar los acordes fuera de ritmos, al ser discriminada por los discordantes del penoso concierto de ciertas notas de la oficialidad imperante.

A ti, mujer, porque los latidos burbujeantes que brotan de los manantiales de los encajes de tu vitalidad. Me hacen percibir tu lucha constante por un mundo mejor, a través del sacrificio y de la abnegación por una justa distribución de la riqueza, renta y salarios. Para sacar a flote del hábitat en el que se encuentra sumergido tu núcleo familiar, en esta globalización materialista y bélica que nos imponen las pautas graves y agudas de los despropósitos. Que tanto dañan a la composición ideal de los diferentes tonos de la sinfonía, a la que todos debemos pertenecer sin distinciones. 

A ti, mujer, dama de noche y dama de día. Por ser el puntal imprescindible en los vaivenes del atril de los solsticios de mi música. Composición necesaria para mis partituras, desde que me amamantara en el vientre de mi madre. Porque, en el acontecer pasando páginas en el álbum de los años, he crecido como un junco con raíces sanas y frondosas, en la otra orilla frente a la de los poderes establecidos.

 A ti, mujer, acorde perfecto para sincronizar el timbre ideal, de las escalas de los compases mágicos del bienestar, de cualquier sociedad inscritas o no en los registros oficiales. Porque el agua del fluvial que emana de tu fuente, empapa las sequedades de las mentes opacas, obtusas y grises. 

A ti, mujer, porque el principal objetivo de los que perturban el normal desarrollo de tus áureas. Es intentar obviar, eliminar y anular los pilares y ejes fundamentales de la Tierra,  con los que debemos convivir en igualdad de condiciones. Y cuando llegue el momento en que los equinoccios entre el hombre y de la mujer sean reales, en todos los segundos de los trescientos sesenta y cinco días del calendario. Sonaran campanas de gloria, al haberse eliminado las barreras, trincheras y muros…

 A ti, querida madre, al haber cumplido recientemente ochenta y cinco años. Habiendo afrontado los ciclos que te tocó vivir con la integridad, vergüenza, decencia, trabajo y sacrificio de las personas de bien. Sintiéndome más que orgulloso de ti, porque eres la canela que me aromatiza cada segundo de mis días. No cansándome de decirte diariamente cuando voy a visitarte, que eres la mejor  y más buena madre del mundo, teniéndote en el altar que te mereces. Porque santas las hay, pero a ti pocas te ganan. Porque, entre otras virtudes y humanidades que te glorifican, es que si fue necesario te quedaste sedienta y hambrienta, con tal de alimentarnos a mis hermanos y a mí. Por ello, y más aún, te adoro mamá. Gracias.