Pueblo en manos de verdugos torturadores
“Los bancos de alimentos no
dan acopio para alimentar a los millones de pobres existentes, en esta España
política de rateros sin escrúpulos”
José Salguero Duarte
A la hora del
ángelus de hace unos días, cuando regresé a la choza donde habito. Como es
costumbre en mí, me lavé las manos en la palangana de porcelana desconchada,
con la pastilla de jabón del lagarto que suelo gastar. No si antes, haberme
cambiado el calzado que utilizo para callejear. Colocándome las pantuflas
caseras de piel de borrega adquiridas en el mercadillo. Las que dejo detrás de
la gantera del zaguán, para evitar contagiar mi morada, con gérmenes
contaminantes y parasitarios que las infecten.
Posteriormente,
una vez atados los machos del batín de torear las faenas caseras. Prendí los
troncos de ‘maera’ que ‘trinqué’ de un cobertizo, propiedad de un nuevo rico
andaluz de este periodo antidemocrático. Y cuando ‘la caló’ del hogar
estaba al rojo vivo como la sociedad
trabajadora española. Coloqué encima del fuego, la chapa de acero que tengo,
para calentar el sobre de sopa, de la manducatoria que poseía en la despensa
para almorzar.
Con la cuchara
de palo que me fabricó, mi compadre el ‘Tío Pericón’ de la Cañada de los Tomates de
Algeciras. Hice buena cuenta de su contenido con picatostes de pan incluidos.
Debiendo indicar que, al ser un día especial de bachatas, sevillanas, sardanas
y fandangos. Sin balar para que no se evaporara el caldo, los chorreones de
‘suores’ me resbalaban por el rostro pálido, famélico y cangallado.
Escociéndome las sobaduras de las boqueras, en cada movimiento que hacía
rítmicamente con el singular artilugio, produciéndome agujetas por la falta de
costumbre. Aunque, aclaro que, me supo el cuchareo a gloria bendita, hasta
cuando finiquité la sopa de letras con todo su abecedario, haciendo ‘barquitos’
con un mendrugo de pan enmohecido. Dejando interiormente el tiesto ennegrecido
con hollín, más limpio que la patena de los oratorios.
¡Madre del
amor hermoso!, me siguen gruñendo las tripas. Por lo que, no debo pensar en más
comida. Pero sí en otros entresijos, como el de la regeneración política que
urge hacer en España en estos momentos. Debiendo no hacer ganas de comer ni con
el pensamiento, porque el asunto está muy tieso y los bancos de alimentos no
dan acopio para alimentar a los millones de pobres existentes, en esta España
política de rateros sin escrúpulos.
Aunque, al
estar a punto mi maquinaria intestina de comenzar el proceso digestivo. Si sigo
acordándome de ciertos marrajos sin dignidad ni ética. Se me puede avinagrar la
leche condensada de burra desayunada. Porque mientras ellos gozan de
delicatessen sin sufrir penalidad alguna. Al pueblo lo tienen desesperado y
hastiado con tanta hambruna y medidas represoras impuestas.
Por ello, para
cambiar el chip, me puse a pegarle una
pasada al hule de plástico con el paño de cocina. Y con una regadera, humedecí
el suelo para que no se levantara tanto polvo como el del camino del Rocío.
Barriendo después el suelo de zahorra con la escoba de esparto. Para,
posteriormente, ya venteada la barraca, con vientos de Levante procedentes del
Estrecho de Gibraltar. Colocar la cafetera encima del fuego para hacer café o
sucedáneos de pucherete, para aliviar tanto apetito. Al que acompaño, cuando
puedo, con unas galletas caseras bañadas en chocolate negro, elaboradas por mi
comadre la ‘Tía María’ de la barriada de La Juliana. Combatiendo
con ellas, el mal sabor a sebo añejo que me deja en las gandulas gustativas, el
caldo del hueso que le pongo a la sopa, con el calcio que poseen los nísperos
de las canaletas de sus tuétanos.
Cuando el agua
del grifo, con sus dosis de cloro hirvió. Cogí de la alcayata que tengo en la
pared, junto al cuadro del Papa Clemente del Palmar de Troya, un calcetín negro
de punto fino, que conservo para este menester a forma de colador. Estando un
poco desgastado por su continuado uso, pero sin avugueros. Al que le pongo,
dependiendo circunstancias, un puñado de café puro, mezcla molida o achicoria…
Permaneciendo los posos en el mismo. Traspasando al jarillo de lata, solamente
el cafeteado mejunje.
Inmediatamente
después, me senté en la silla balancín de anea. Echándome encima de las piernas
la manta mora de ensillar a mi burra ‘Tomasa’. Enchufando con el mando a
distancia, el televisor en blanco y negro con UHF de la marca Philips que aún
poseo, con el papel transparente de colores, que se le ponía por los años
sesenta delante de la pantalla, para hacer más agradable las imágenes. Y entre sorbo y sorbo, me achicharré el cielo de la
boca. Rabiando dolorosamente como el pueblo en manos de verdugos torturadores,
cuando quieren hacerlo pasar por el aro, cayéndoseme lagrimones saeteros. Y
hasta aquí, estimado lector, puedo proseguir escribiendo más sobre lo que le
relato. Porque se me ha nublado la vista, como consecuencia de la real
hambruna, que sufren millones de hogares
en esta España Borbónica.