Colesterol
de los hijos putativos marranos
“A cierta edad hay que cuidarse, porque los kilos se
cogen con facilidad
y después es
complicado perderlos, salvo haciendo dieta”
José
Salguero Duarte
Domingo, 28
de junio
El refranero popular de la lengua castellana
es muy expresivo, talentoso e ingenioso. Siendo una gran parte sentencias, al
ser tan verdad las respuestas y justificaciones dadas, como que me pusieron de
nombre José, no Pepe, porque Pepe es hijo putativo de José, y servidor no es
hijo putativo ni de José ni de nadie. Pero, en fin, aquellos cercanos que me
quieran llamar así, se lo admito, al no hacerlo de forma despectiva sino todo
lo contrario.
Pero
no siempre estoy de acuerdo con dichos populares o refranes, como por ejemplo:
“del cerdo me gustan hasta los andares”. Porque en una caseta de feria de
Algeciras, un grupo de féminas tras un repiqueteo de palmas, al finalizar la
segunda parte de un baile por sevillanas. Oí decirle una mendas a las otras,
con mucho retintín: “Esa gachí es como un cochino blanco cebao”. Provocando que, una se tirara al suelo ‘meá’ de risa,
llenándose el traje de faralaes de polvo, no como el del Camino, sino con el de
la tarima de la pista de bailes, porque el cachondeo que se formó fue
impresionante, teniendo la orquesta que hacer una pausa. Porque hasta al
vocalista se le saltaron las lágrimas, con esa gracia que contagió a gran parte
de los allí presentes, menos a mí.
Pero,
sin embargo, a pesar del revuelo formado, la zaherida no se enteró de nada,
como le suele ocurrir a las cornudas o cornudos de turno, hasta que alguien los
pone al corriente de sus manifiestas ornamentaciones invisibles. Porque ella
iba a lo suyo con el clavel rojo chillón desteñido, que adquiriría no en la mercería
tradicional de su barrio, sino en una tienda de los chinos. Pero para más inri,
lo llevaba colocado de aquella manera en
forma de boñiga, como si se le hubiera cagado encima de la chorla, una vaca
retinta de leche estreñida y recién parida.
Pero
esas improntas, no eran solamente lo que les llamaba la atención de la burlada,
a pesar de dárselas de culta y finolis. Porque dejaba sus señas de identidad
por donde rondaba, con el traje con más remiendos que unas bragas de
ganchillos, y con más arrugas que los
pantalones de ‘Estropajito’. Calzando, además, unos taconazos con plataformas,
como las de las refinerías petroleras en alta mar, sin haberle quitado la
etiqueta de la suelas. Balanceándose, de un lado para otro, como los ferris con
temporal de Levante por el Estrecho, en sus travesías desde Algeciras a Ceuta.
Secándose los churretes de rímel y sudores con el puño. Enfangándose la cara,
como los cochinos revolcándose en el barro.
¡Uf!,
cómo se las gastan las lenguas de doble
filo viperinas. Porque la criticada, en el descanso, tras ‘romper aguas’
guardando rigurosamente la cola, se puso a reponer fuerzas, metiéndose entre
pecho y espalda, un bocata mixto de pan duro con salchichas (perritos
calientes) con mahonesa, y calamares fritos con no sé qué clase de aceite.
Sabiéndole a gloria bendita, porque ni balaba entre bocado y bocado. Tragándose
las ‘butifarras’ hasta dobladas.
Pero
para golpe, el de Pepa, la Canastera, que se encontraba sentada en una mesa
contigua a la mofada. Porque cuando empezó a comerse una tortilla española, la
sopló huracanadamente. Exclamándole mi compadre, el Tío Pericón de la ‘Cañá de
los Tomates’: “¡Para qué la soplas!, Pepa, si no quema”. Replicándole, la
Canastera, con mucha guasa: “Ya lo sé, Pericón, es para quitarle el ‘porvo’,
porque esta tortilla no está recién hecha, al ser de las que le sobraron a los
del bar, en la pasada Feria de Abril de Sevilla”.
En
fin, de algo tengo que escribir, a pesar de no tener ganitas de hacerlo. Pero
en la mañana del viernes de feria de Algeciras (26 de junio), me puse a crear
esta tribuna, antes de irme a hacer footing a la playa. Y lo hice al son, no de
la música enlatada de los saraos cañeros y otros eventos festeros. Sino
escuchando la banda sonora de mi música preferida, que me transporta hasta el
más allá de los sentidos. Llamándome la
atención, en ese amanecer, en vez de los románticos poemas diarios que me
desayuno, un par de refranes que leí: “el cerdo siempre busca el barro” y “a
todo cerdo le llega su San Martín”. Porque, jamás, ‘le echo flores a los
cerdos’. Pero a cierta edad hay que cuidarse, porque los kilos se cogen con
facilidad y después es complicado perderlos, salvo haciendo dieta como la del
cucurucho (comer poco y joder mucho).
Pero,
como la jodienda en sus variadas facetas, dicen que no tiene enmienda. Los de
cierta edad, tenemos recomendado por el médico de cabecera de la Seguridad
Social, que lo hagamos con moderación y
sin pillar sofocos e irritaciones, para que la ‘papa’ (corazón) no nos pegue un
susto. Porque el que no padece diabetes es hipertenso, sufre reuma en la
lengua, tiene la gota o un chaparrón. Debiéndose evitar consumir magra de
‘cerdo’, para no padecer el colesterol contagioso de los ‘hijos putativos
marranos’.