Hace unos días, después de meses sin saber nada de él,
visité a mi compadre el ‘Tío Pericón’ de la Cañá de los Tomates de Algeciras. Me lo encontré
sentado en una silla de anea muy bien vestido con su traje oscuro, cachaba,
sombrero y los botines relucientes. Tras abrazarlo, le pregunté cómo se
encontraba, contestándome: “¿Cómo voy a estar?, si tengo a todos los niños
parados con un futuro incierto, porque la prima de riesgo está por encima de
los seiscientos puntos. Y eso no puede ser”, me dijo.
Aluciné en technicolor, porque el ‘Tío Pericón’ es un
analfabeto al cúbico de los que firman con el dedo gordo. Pero a pesar de ello
es un genio, estando por encima de todas las enseñanzas que se puedan impartir
en las universidades. Y si él sabe lo que significa la prima de riesgo, yo a pesar
de llevar escuchando hablar de la prima de riesgo cuatrocientas mil millones de
veces, aún no sé exactamente lo que significa, porque según el mercado del político
que lo explique, lo hace a su manera.
El ‘Tío Pericón’, me dio toda clase de explicaciones de
forma sencilla y clara, no sólo, sobre la prima de riesgo, sino además de las
siguientes terminologías: rescate, intervención, caso Malaya, Noos, Fondo Monetario
Internacional, Plan Financiero del Estado a las comunidades autónomas
españolas, bonos basura, etc., etc.
Al estar tan gratamente sorprendido, le pregunté cómo se
había ilustrado tan bien de todo cuanto ocurre en España…, diciéndome: “Habrás
notado que tu comadre no está en casa, porque desde hace meses desapareció. Y
como ella viviendo conmigo se apoderaba del mando de la tele, sólo le gustaba
ver programas de cotilleos y los de peleas bajunas. Y no me dejaba a mí ver los
telediarios ni los programas económicos”, me indicó.
Él muy desolado me dijo: “Te lo voy a contar José, porque
tengo una pena muy grande, ya que después de cincuenta años bregando con ella,
ahora que le había cogido el punto cocinando el puchero, ¿cómo no la voy a
echar de menos?, si era un desastre hasta friendo el pescado y haciendo los
guisos”.
Resulta, -prosiguió diciéndome-, “un día fuimos a un gran
centro comercial donde había mucha gente por todas partes. Y mientras yo estaba
viendo los sombreros y los bastones, ella me dijo que iba a mirar otras cosas,
se subió por unas escaleras mecánicas y ya no le volví a ver más el pelo. La
busqué por todas partes hasta que cerraron, no localizándola ni los vigilantes
jurados, aconsejándome que pusiera una denuncia en la comisaría.
Cogí la furgoneta y me fui a la pestañí, cuando le conté
al comisario lo que me había pasado, me
dijo que si en tres días no aparecía, que volviera y que llevara una fotografía
de ella. Transcurridos ese plazo, me presenté de nuevo en la comisaría y le
dije al guardia que estaba en la puerta, que le comunicara al comisario que el
‘Tío Pericón’ estaba allí para poner la denuncia.
No transcurrieron ni diez minutos, cuando esa eminencia
de la ley y del orden estaba ante mí, diciéndome que le acompañara a su
despacho. Allí se encontraba una agente delante de una máquina de escribir
moderna y un monitor de televisor. Tras invitarme a que me sentara, los
teléfonos no dejaban de sonar, comunicando el señor comisario que no le
molestarán hasta nuevo aviso, porque se
encontraba realizando un servicio humanitario al ‘Tío Pericón’.
Ya todo en silencio y en calma, -proseguía relatándome-
se escuchaba sólo el latir de las yemas de los dedos de la agente acariciando
el teclado. Y se comenzó a redactar la denuncia, dándoles pelos y señales de
cómo sucedió la desaparición de tu comadre. Facilitándoles además los rasgos
físicos, entre otros, que era gruesa como el Michelin de la ruedas de coche,
con una barriga pronunciada desde la boca del estómago hasta los muslos. En la
cara tiene dos verrugas como tomates. Nunca se depiló las cejas ni el bigote,
teniendo la comisura de los labios ennegrecidas porque era una cigarrera de las
de antes. ¡Qué te voy a decir más que tú no sepas!, porque es fea de cojones”.
No es tan fea como
usted la pinta Tío, le dije, contestándome, “no me des coba Joselito porque es
tan fea, que cuando le enseñé la foto de ella al comisario, me miró y me dijo:
¿Usted está seguro de querer encontrar a su mujer?”.